Como con muchos otros temas, la dificultad para profundizar en ellos son las diversas conceptualizaciones que se dan de los mismos. Con frecuencia las diferencias que se dan entre las personas se derivan de utilizar códigos aparentemente iguales, pero que cada uno entiende de distintas maneras. Por ello, si queremos posicionarnos para dar nuestro propio punto de vista, será necesario aclarar, antes que nada, qué y cómo entendemos el tema a tratar.
En este caso, hablar de paz, no es la excepción. En el sentido común, cuando abocamos a la paz, imaginamos inmediatamente un mundo sin guerra ni conflictos. Este junto a una paloma blanca se ha instaurado en el imaginario colectivo, como la finalidad última de aquellos que abogamos por la paz. Sin embargo, precisamente aquí es donde me parece se desvirtúa la legitimidad de lucha. No es que sea una meta utópica, sino que es irreal. Quizá la perspectiva de la guerra como una resolución armamentista a los problemas, pueda erradicarse, pero la idea de que podemos vivir sin conflictos, no.
Los conflictos forman parte de la vida natural. “Existe la tendencia a confundir y considerar sinónimos conflicto y violencia. Así toda expresión de violencia se considera un conflicto, mientras que la ausencia de violencia se considera una situación sin conflicto e incluso de paz” (Cascón, 2001). Pero no es lo mismo, mientras que entendemos a la violencia como la privación de los derechos humanos fundamentales, a la vida, al bienestar, a la identidad y la libertad (Galtung, 1990) los conflictos se definen por las causas profundas de pugna de intereses o necesidades antagónicos entre las personas (Cascón, 2001). Es decir, cuando dos intereses o necesidades se encuentran en lucha porque la satisfacción de uno anula la del otro es que decimos que existe un conflicto. Mientras existan seres humanos que necesiten satisfacer sus intereses caeremos en situaciones de antagonismo y por tanto de conflicto.
El conflicto no es el problema, sino cómo es que buscamos solucionarlo, y aquí es donde entra la verdadera polaridad de la paz, la violencia. Para solucionar cualquier conflicto, existen dos alternativas; la posibilidad de hacerlo por medios violentos, es decir, utilizando las relaciones desiguales de poder para imponer mi necesidad o interés sobre la de la otra persona, o; utilizando medios noviolentos, o lo que es lo mismo pacíficos, buscando modificar las relaciones de poder para ponernos en un plano de igualdad entre las partes, con perspectiva de dignidad humana, búsqueda de la verdad y del amor (Restrepo, 2007). Un primer acercamiento a la paz sería entonces, como un medio de resolución de conflictos, cuyo antagonista es la violencia.
Pero si la paz no es el fin sino el medio ¿Cuál sería el fin lógico?, algunos podrían argumentar que el fin es la libertad, en el sentido de generar una sociedad democrática que permita exista la igualdad suficiente como para resolver los conflictos de manera pacífica (Restrepo, 2007). Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, el fin mismo de la paz, es la paz.
Si el fin es una sociedad democrática, la paz sería tan solo una de las posibilidades para su consecución. Ello justifica todos aquellos movimientos sociales que defienden su causa por medios violentos, ya que el fin justifica los medios. Sin embargo, como diría Restrepo (2007) “Los medios y los fines se entrelazan, y solo observando los medios sabremos si hemos tenido éxito en los fines”. ¿Qué tanto éxito tendría una sociedad que ha logrado la democracia por medio de la violencia? La respuesta está al alcance de nuestros sentidos, quien tenga ojos que vea. El fin de la paz, es la paz.
La paz como fin no es tan simple como negar la guerra, es una concepción filosófica, política y social, que busca transformar a la sociedad de raíz. Es la lucha revolucionaria por la justicia social, por la igualdad de derechos y condiciones de las personas. No es la lucha por erradicar la violencia, sino la lucha por elegir libremente los medios noviolentos para la resolución de conflictos. Una vez expuesto este punto es que podemos comenzar el dialogo por la paz.
Para este punto, el conflicto tiene un carácter estelar en nuestra reflexión, pues parece que buscamos su resolución a toda costa, o que inclusive si lo evadimos podemos estar en paz. Más allá de eso, para nosotros el conflicto es positivo, como no serlo si exalta la diversidad, ninguna sociedad democrática puede existir sin la diversidad, y si hay diversas formas de pensamiento, indudablemente habrá conflicto. Por otro lado, es la posibilidad de transformación social, cuando las estructuras o las personas que lo sostienen son injustas, solo a partir del conflicto es que podemos transformarlas. El conflicto es una oportunidad de crecimiento (Cascón, 2001).
Es entonces, que una de las primeras tareas para la construcción de paz es especificar cuáles y cómo son esos medios pacíficos de resolución de conflictos. Y esto, se aborda dependiendo del punto donde se encuentre el conflicto: antes del mismo, proponemos la provención; durante, la negociación o mediación; y después del conflicto, la justicia restaurativa.
Cada una de ellas tiene sus propias estrategias, mismas que rebasan el alcance del presente trabajo, pero que son necesarias mencionar, para explicar la trascendencia de esta perspectiva de paz. Por mi parte me quisiera enfocar en la provención, que es el trabajo que estoy realizando durante mi proceso en la maestría, es decir, antes del conflicto.
Suele hablarse de prevención de conflictos, pero cómo hemos visto, se hace en el entendido de que hay una connotación negativa de los mismos, y por ello buscamos a toda costa que no existan. En este entendido, cualquier alternativa que prevenga la crisis del conflicto será considerada adecuada, incluyendo evadir el mismo. Desde la perspectiva positiva del conflicto esto queda totalmente descartado, no solo se considera imposible que no existan conflictos, sino que abogamos por la necesidad de que haya pues en ellos está la semilla del crecimiento. No obstante, la prevención podemos sostenerla en conflictos de carácter bélico o de cualquiera que su fuente sea la violencia (Cascón, 2001).
Ante lo demás, la propuesta es la Provención, como el proceso de proveer y favorecer una serie de habilidades y recursos que permitan enfrentar de mejor manera los posibles conflictos. Se trata, entonces, de sentar las bases para afrontar cualquier diferencia de manera pacífica, por ello es antes de cualquier conflicto.
El proceso es un programa planificado como una escalera, la escalera de la provención, pues se considera que cada una de las habilidades desarrolladas son la continuación de la anterior, así hay que ir peldaño a peldaño para poder subir esta escalera: presentación, conocimiento, confianza, aprecio, comunicación, toma de decisiones por consenso y cooperación.
Mi trabajo, en este entendido, ha sido llevar un programa de provención con personas en situación de movilidad, es decir, con migrantes y refugiados. La finalidad es permitirles reconocer los recursos con los que cuentan y en caso de no tenerlos construirlos para afrontarse a las situaciones que puedan llegar a surgir en su día a día. Buscando siempre su propio bienestar y la satisfacción de sus propias necesidades.
Los resultados tal cual, aún no están interpretados, pues estoy en el proceso de aplicación del programa, pero una de las contribuciones de las que puedo dar cuenta en este momento es la construcción de un grupo de apoyo de aproximadamente 12 personas, cuyo nombre es “Unión Latina”, pues hay personas de México, Guatemala, Honduras, Venezuela y Colombia. Que si bien, no puedo asegurar que todas y cada una de ellas actúen conforme lo trabajado en las sesiones, puedo referirles que al menos conocieron que tienen recursos de resolución de conflictos pacíficos, y estará en ellos elegir el camino a seguir.
La construcción de paz se respalda siempre con acciones (Restrepo, 2007), no es una teoría muerta que viene a hablar de utopías, sino una lucha viva qué se practica libremente día a día. Elegir la paz, es eso, una elección. Pero para poder elegirla es necesaria conocerla. Los constructores de paz, somos aquellas personas que muestran la posibilidad. Sí, somos aquellos que organizan foros y talleres, pero más allá de eso, somos aquellos que, con nuestra existencia, mostramos formas distintas de relacionarnos con los otros. Pero no busco santificarnos, también somos seres humanos que vivimos inmersos en violencia cultural, por ende, la reproduciremos en algún momento de nuestra vida. El dilema entonces no es la congruencia acendrada, sino la conciencia de nuestras decisiones y su búsqueda de trascendencia social, pues los conflictos son relacionales. Esta es mi contribución a la paz.
Referencias
Cascón, P. (2001). Educar en y para el conflicto. Catedra UNESCO sobre paz y derechos humanos.
Galtung, J. (1990). La violencia: cultural, estructural y directa. Journal of Peace Research, 27(3), 291-305.
Restrepo, A. (2007). Jóvenes y antimilitarismo en Medellín. La carreta.